Nunca como en 1400 la influencia española, y sobretodo catalana, influyó tanto en la expresión de la vida en la isla de Cerdeña. Pero fue sobretodo en la pintura donde esta influencia fue determinante, dando paso en poco tiempo a verdaderas escuelas pictóricas locales, todas ellas influidas por el arte de los pintores llegados de Cataluña y Valencia.

Utilizando todos los recursos que nos han dado los vestigios de aquel periodo histórico – documentos auténticos de los Archivos de Estado y Eclesiásticos, arquitecturas que han permanecido hasta hoy en Cataluña y en Cerdeña y, sobretodo, los retablos – este programa lleva al espectador hasta aquel pasado en el que dos áreas geográficas estuvieron tan estrechamente conectadas.

A través de los retablos y mediante el análisis de sus detalladas reconstrucciones de la vida cotidiana, de los oficios de la gente, de su manera de vestir, se reconstruye el ambiente en el que se desarrolló la historia de la pintura catalana y, en concreto, del pintor Joan Figuera, en Cerdeña.

Nos acercamos a la figura de Figuera y a su obra, un pintor de retablos ya reconocido antes de su partida en Barcelona. Vemos al mercante de Cagliari, Francesc Oliver, al lado del guardián del convento de los Germans Menors del barri de Stampatx, encargándole un retablo de Sant Bernardí a Figuera y a Rafael Tomás. Leemos el contrato que describe las características del piso de los pintores en la ciudad isleña, así como todos sus muebles, utensilios y herramientas que allí había.

Descubrimos los jóvenes aprendices sardos trabajando inicialmente bajo las órdenes de los maestros catalanes y aprendiendo el oficio, para trasladarse después a Cataluña con el fin de completar su formación artística. Hasta podemos leer el contrato de un pintor con el padre de un aprendiz, todas las condiciones, favorables y desfavorables, a las cuales el joven tendría que someterse.

La coherencia de una compleja narración audiovisual que contiene imágenes actuales, reconstrucciones del pasado, imágenes de documentos antiguos y pinturas, la aporta la presencia de un personaje sin tiempo ni edad; un narrador que encontramos en cada lugar y en cada época; que nos habla tanto desde debajo de las murallas del Castillo de Cagliari, como desde la escala de la Catedral de Barcelona, desde el interior de las salas del Archivo de Estado o desde el taller de Joan Figuera, moviéndose sin ser visto entre los aprendices atareados en contentar al maestro. Nuestro narrador, un fantasma o un “ángel de la guarda”, quizá un viejo aprendiz que cuenta a nuestro tiempo la historia de “su” tiempo, acompaña al espectador en su paseo por los “lugares de la historia” con confianza e ironía.